martes, 5 de abril de 2011

Molino ·

Luego de huir de España debido a las inclementes luchas entre clanes me encierro en el castillo de Marroquín entre la ciudad capital y seis pequeñas poblaciones. Corre 1943, la noche fría, las sombras danzan al ritmo del viento que golpea los ventanales, las tinieblas se cuelan incluso en los rincones, es una noche maravillosa que trae a mi memoria la nostalgia de Europa.

       Súbitamente alguien golpea y siento el retumbar del viejo aldabón en mi cabeza, presiento que es el viejo del molino de Yerbabuena, ¿en la madrugada? Que extraño... hace tiempo que quiere comprar esta propiedad, es algo huraño y misterioso. Las pocas veces que hemos conversado han sido suficientes para desconfiar de él.

       Desciendo la escalera de caracol y abro la puerta, el viejo está de espaldas, saluda cordialmente, gira lentamente, sus ojos están medio cerrados como temiendo la muerte, no imagino el porqué. Trae bajo su ruana una botella de vino rojo que ofrece amigablemente, lo invito a seguir y él acepta, camina lentamente y se sienta en la mesa mientras traigo las copas.

       De repente, sin aviso... saca dentro de su pantalón un machete, se abalanza con furia sobre mí pero logro esquivarlo y corro hacia la cocina donde lo espero sobre el dintel de la puerta, pasa sigilosamente el viejo mientras yo me descuelgo muy despacio tras de él y me preparo para clavar mis afilados colmillos. De un voraz mordisco le arranco parte de su cuello, que patético cuadro, que asqueroso, sangre de viejo. Yo, la criatura mas perfecta de la naturaleza manchado con sangre vieja.
       

 Mientras él se retuerce como un gusano y sus convulsiones cesan, lentamente me dirijo al baño donde me limpio con agua pura y cristalina, quería alejarme un tiempo del ruido de la sangre pero él me ha obligado.

       Salgo y camino entre la bruma de la noche, el viento como compañero empuja mi hombro y hace más veloz mi paso, diviso el molino bajo el manto oscuro de la noche. Atravieso la pequeña quebrada y llego a una de las ventanas, su pelo negro liso y brillante, la hija mayor del viejo que seguramente ahora está pudriéndose en el infierno. Me escurro en la habitación tibia, con un movimiento de mi mano hago ceder las cobijas de lana que cubren su bello cuerpo, un camisón blanco deja entrever su delicado rostro pálido, un sueño sonroja sus mejillas, y yo, me acerco para beber su sangre... una vez mas; mientras espero el día en que llegue mi hora de volver al fondo del abismo.

By: Daniel Achucarro